Se abre el telón y aparece el cuerpo desnudo de un británico flotando en el mar a 27 millas de Gran Canaria. Nombre: Robert Maxwell. Profesión: magnate de la comunicación. Causa de la muerte: accidente, suicidio o asesinato. Se cierra el telón; empieza el espectáculo grotesco, reseña Carlos Prieto en EL CONFIDENCIAL.
La muerte de Robert Maxwell tras desaparecer de su yate, la madrugada del 5 de noviembre de 1991, puso a prueba los rituales sociales británicos, no por su enigmático final (se llegó a especular que había fingido su propia muerte), sino por la bipolar valoración de su trayectoria. Con el cadáver caliente, los líderes políticos (Thatcher, Major, Kinnock) le elogiaron por sus aportaciones a la democracia, los periódicos glosaron su figura e Inglaterra convirtió su muerte en un Cluedo. Casi nadie había tenido buenas relaciones con Maxwell en vida, pero cuando un vip muere por sorpresa, se tiende al ditirambo.
Duelo de titanes
Solo Rupert Murdoch, némesis de Maxwell, mantuvo a raya la hipocresía tras el deceso. “Entre toda la efusividad, uno de los tributos fue breve hasta la sequedad. ‘Robert Maxwell fue un hombre notable. Mi mujer y yo hemos dado personalmente el pésame a su viuda y su familia’, dijo Rupert Murdoch”. Lo cuenta John Preston en ‘Fall’, fascinante biografía de Maxwell publicada ahora en el Reino Unido.
En efecto, había mucha tensión interna en las condolencias de Murdoch. El magnate australiano llevaba un cuarto de siglo disputando a Maxwell el control de la prensa británica popular, batalla en la que Murdoch profirió las mayores puñaladas traperas, y Maxwell los insultos más gruesos: “Ese australiano bastardo”.
Los piques empezaron a principios de los sesenta, cuando Maxwell trató de timar a Murdoch en un negocio de enciclopedias. Cada vez que competían por comprar un rotativo, Murdoch solía ganar y Maxwell patalear, reflejo de la naturaleza (frío y astuto uno; histriónico y volcánico el otro) de estos dos monstruos de la comunicación, las negociaciones despiadadas y el fango. Murdoch utilizó tanto juego sucio como Maxwell, pero sin una palabra de más. No obstante, dos décadas después de la muerte de su rival, Murdoch se desmelena en el libro de Preston: “Maxwell era un completo bufón”.
Resumiendo: Maxwell fue el Murdoch de barraca de feria.
Pero volvamos al pésame. Conocedor de los graves problemas económicos de su enemigo íntimo, Murdoch intuía que el imperio de Maxwell moriría con él, solo tenía que dar unas condolencias lacónicas y esperar a que la prensa empezara a escarbar…
Tormenta de mierda
En efecto, dos semanas después de la muerte de Maxwell, se desató una tormenta de mierda sobre el finado. Su grupo de comunicación estaba en quiebra: 763 millones del libras del año 91 se habían volatilizado. En un intento desesperado por tapar los agujeros y deudas de sus empresas, Maxwell se gastó los fondos de pensiones de miles de sus empleados. Drama nacional.
Maxwell pasó en tiempo récord de figura reverenciada a mayor sinvergüenza de la historia de Inglaterra. Evolución salvaje reflejada en las portadas de su tabloide estrella, el ‘Daily Mirror’, cuyos periodistas implosionaron tras saber que el patrón se había fundido los 350 millones de libras de su fondo de pensiones. Su periódico pasó en unos días de titular en portada «MAXWELL: EL HOMBRE QUE SALVÓ EL ‘MIRROR» a «LOS MILLONES DESAPARECIDOS DEL ‘MIRROR». Acompañado de editoriales desgarrados: “En este momento, ni los banqueros, ni los directivos ni nuestro ‘staff’ saben qué será del ‘Daily Mirror’ después de esto. No obstante, te prometemos [tuteo al lector típico de los tabloides] que te entregaremos la verdad sobre este asunto cuando la sepamos”.
Todo ello, en un periódico acostumbrado a hacer la píldora a su dueño más allá del ridículo. Maxwell era uno de esos editores megalómanos a los que les gustaba ver su foto en el periódico a la menor excusa: en sus primeros seis meses al frente del ‘Mirror’, su foto apareció más de 100 veces. “Manejaba el ‘Mirror’ como si fuera una broma. Siempre poniéndose en primera plana. Mi foto nunca aparece en mis periódicos, tampoco una cita mía si puedo evitarlo. Pero el ego de Maxwell era enorme”, cuenta Murdoch en el libro.
Pero el editorialista del ‘Mirror’ no fue el único que se tuvo que tragar un sapo a su muerte. El periodista Charlie Willson, elegido portavoz de la familia Maxwell a la muerte del patriarca, lo explica así en el libro: «Cuatro semanas antes, pasé varios días yendo de una televisión a otra explicando lo gran hombre que había sido Maxwell. Ahora tenía que hacer todo el recorrido de nuevo diciendo lo cerdo y lo sinvergüenza que era».
‘The Sun’ fue especialmente sangrante con la caída de Maxwell: para agradar a su propietario (Murdoch), pero también para ajustar cuentas con su principal rival en los quioscos, el laborista ‘Mirror’ (espejo en inglés), nombre apto para uno de esos titulares/juego de palabras marca de la casa: “ESPEJITO, ESPEJITO, ¿QUIÉN ES EL MAYOR LADRÓN DE TODOS?». Repuesta: MAXWELL.
Siga leyendo en EL CONFIDENCIAL