Juegos de Guerra: Así filtraron los ‘nerds’ de RAND Corporation los Papeles del Pentágono

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(Fuente: El Confidencial. Publicado 30 de marzo de 2023)

El ridículo de la administración de Trump de estos días puede recordar a lo que sucedió en 1967, cuando se realizó un estudio sobre cómo Estados Unidos había terminado involucrado en el sudeste asiático

a mañana del 4 de agosto de 1964 el telegrama urgente del capitán John H. Herrick desde el golfo de Tonkín no encontró en Washington a su destinatario original, el subsecretario de Defensa John MacNauhton. Cuando llegó el mensajero, las secretarias señalaron a su asistente especial, Daniel Ellsberg, que estaba de guardia en su primer día de trabajo en el Departamento de Defensa. “Bajo ataque de lanchas patrulleras norvietnamitas. Respondemos con fuego”, telegrafiaba Herrick, y diez minutos después reiteraba: “Estoy bajo ataque continuo de torpedos”.

Con la diferencia horaria, en Tonkín era noche cerrada, “sin luna, ni estrellas” y los cables del capitán llegaban con apenas treinta minutos de retraso. Ellsberg miraba el reloj de la pared de su oficina en el Pentágono y el de los cables del sudeste asiático según iban llegando: “Era un tiempo extremadamente corto para que los recibiera en aquella era precibernética” señala Daniel Ellsberg en Secrets: A memoir of Vietnam and the Pentagon Papers.

Mientras el analista cavilaba, el jefe de la flotilla de los dos destructores que estaban siendo atacados mostraba un panorama vívido y vertiginoso del ataque. En medio de la oscuridad total, los torpedos vietnamitas pasaban rozando por los lados de su buque: “Los torpedos fallaron. Otro ha sido disparado contra nosotros. Cuatro torpedos en el agua. Cinco torpedos en el agua… hemos… logrado evitar al menos seis torpedos”, telegrafiaba frenético Herrick desde el puente de mando.

Ellsberg seguía recibiendo en su despacho casi en tiempo real, con ese lapso de apenas media hora, lo que parecía un desconcertante ataque que además cambiaría el mundo. Según resumiría más adelante los mensajes de Tonkín: “Nueve torpedos habían sido disparados contra sus barcos, catorce, veintiséis. Más lanchas atacantes habían sido alcanzadas; al menos una hundida. Esta acción no terminó después de cuarenta minutos o una hora. Continuaba, con los barcos esquivando y disparando en mares agitados, aviones sobrevolando y lanzando cohetes a las ubicaciones proporcionadas por el radar del Turner Joy, durante unas increíbles dos horas antes de que finalmente cesara el flujo continuo de actualizaciones de combate”.

Elllsberg, que había llegado al gobierno después de ser analista en la prestigiosa RAND Corporation, auténtico Think Tank del Ejército de EEUU, se sorprendió ya entonces: el anterior encontronazo del 31 de julio, en la misma bahía de Tonkín, que había puesto en alerta al mundo y supuesto el ultimátum de EEUU a Vietnam del Norte, apenas había durado media hora. Cuando todo terminó por fin, el panorama era bastante confuso, hasta que lo acabó de rematar el penúltimo mensaje del capitán John H. Herrick: “El análisis de la acción hace que muchos de los contactos reportados y torpedos disparados parezcan dudosos. Efectos meteorológicos anómalos en el radar y operadores de sonar demasiado entusiastas pueden haber sido la causa de muchos informes. No hubo avistamientos visuales reales por parte del Maddox. Se sugiere una evaluación completa antes de tomar cualquier otra acción”.

Cuatro años después de la vertiginosa mañana en Washington, el 1 de octubre de 1969, de vuelta en su puesto de analista en RAND Corporation, Ellsberg salió por la noche desde su sede en el imponente edificio brutalista de Santa Mónica, California, con varios volúmenes confidenciales sobre la Guerra de Vietnam, un estudio que había encargado el mismo Pentágono al Think Tank para analizar qué estaba saliendo mal. Cubría el periodo de 1945 a 1967, incluyendo la Indochina francesa, pero el primer volumen que eligió el analista para sacar subrepticiamente del complejo se refería exactamente al momento del incidente de Tonkín, de aquella mañana clave que vivió en el Pentágono en Washington. Ellsberg se montó en su Alfa Romeo deportivo pero cruzó despacio la ciudad para no saltarse ningún límite de velocidad.

Apenas unas horas más tarde se había reunido ya con otro ex analista de RAND, Anthony Russo y la novia de este, Lynda Sinay, que resultaba que era dueña de una agencia de publicidad y en cuya oficina en el barrio artístico de Santa Mónica había convenientemente un fotocopiadora Xerox de último modelo, ideal para hacer las copias de los miles de documentos confidenciales.

Ahora, siete días después de que el jefe de gabinete del actual secretario de Defensa de EEUU, Pete Hegseth, hablara de “revelaciones recientes no autorizadas” y de la intención del gobierno de llevar ante la justicia a cualquier empleado para su “enjuiciamiento penal” y cuatro de que el mismo Hegseth incluyera por error en una conversación confidencial de Signal a un periodista de The Atlantic, aumentará la paranoia en Washington sobre las filtraciones y las contramedidas a adoptar.

Antes, en el Departamento de Seguridad Nacional, la secretaria Kristi Noem se había comprometido a intensificar las pruebas de detector de mentiras con el polígrafo a los empleados, en un esfuerzo por identificar a aquellos que puedan estar filtrando información sobre operaciones a los medios. Puede tener el efecto contrario. A finales de los sesenta la desafección y la brecha de seguridad saltó de las mismas entrañas del sistema.

A finales de los 70 la desafección y la brecha de seguridad saltó de las entrañas del sistema

El ridículo de estos días de la administración Trump puede provocar que se produzcan más filtraciones. El caso de funcionarios asustados sobre lo que pueda estar haciendo su gobierno. Es exactamente lo que ocurrió en 1967 cuando el recién nombrado presidente de RAND, Harry Rowen, sugirió al secretario de Estado de Defensa Robert McNamara que se realizara un estudio sobre las “lecciones” de Vietnam y cómo Estados Unidos había terminado involucrado en el sudeste asiático. A McNamara le entusiasmó la idea y Rowen puso al frente a su protegido, que no era otro que Daniel Ellsberg, irónicamente el único civil, –ya fuera de la administración–, que tenía acceso al histórico proyecto, indica Alex Abella en Soldiers of reason: the Rand Corporation and the rise of the American empire.

Tanto Daniel Ellsberg como Anthony Russo eran un producto de la escuela de los cerebritos, nerds, de RAND Corporation, la agencia que definió prácticamente toda la era de la Guerra Fría con sus ‘Cold Warrios’, denominados también con sarcasmo como los ‘soldados de la razón’, por sus modelos intelectuales de la guerra nuclear, basados en la teoría de juegos de Von Neummann, que acabaría en nómina de la corporación.

Creada en 1946 como la división de estudios de la Fuerza Aérea de EEUU, RAND pronto se convirtió en el referente del análisis de la estrategia de la era nuclear. Uno de sus puntos básicos y por lo que fue popularmente célebre el trabajo de RAND en los 50 fue el diseño de los Juegos de Guerra –War Games– como método de análisis y también de pedagogía de diferentes problemas. Un ejemplo típico de este pensamiento era el que se expresaba en uno de los trabajos de RAND de 1957, War Gaming, escrito por Herman Kahn e Irwin Mann: “A veces, los juegos de reglas se utilizan con fines pedagógicos. Para enseñar un principio, se diseña un juego que refuerza la idea en los jugadores de una manera que sería difícil de lograr mediante una simple exposición del problema. En estos juegos, la pseudo-experiencia reemplaza a la explicación. Los juegos de guerra son sorprendentemente efectivos para enseñar ideas obvias a las que las personas se resisten porque van en contra de la doctrina o resultan desagradables. Por ejemplo, si la fuerza aérea de un jugador queda expuesta a la destrucción, el enemigo puede/debe destruirla”, lo dicen Herman Kahn e Irwin Mann en War Gaming, Rand Corporation (1957)–.

Los Juegos de Guerra de RAND se diferenciaban de los populares juegos de mesa que recreaban la guerra con un conjunto de reglas, para empezar porque no se trataba de analizar batallas que hubieran ocurrido, –una de las características clásicas de este tipo de juegos–, sino en desafíos sobre la actualidad, que se podían aplicar a diferentes campos, y que de hecho se acabaron popularizando en el mundo de los negocios y la empresa.

Entre los analistas, además de Kahn destacaba su rival Albert Wohlstetter, mentor de Daniel Ellsberg, quien publicó un trabajo de referencia en torno a la teoría de la Guerra Nuclear como fue el de la “capacidad de segundo ataque”, de su libro The delicate balance of terror. Por su parte, Ellsberg, tan pronto como en 1961, publicó a su vez su tesis Risk, Ambiguity and Decision en donde esbozó la que se conoce como Paradoja de Ellsberg. En definitiva, RAND era la punta de lanza de la intelectualidad capitalista en ese momento en materia de toma de decisiones.

Pero si había algo que definía a RAND y su modelo ultra racional es que rara vez se discutían consideraciones éticas y el lenguaje moral estaba casi de facto excluido del discurso de los primeros intelectuales de defensa. RAND que aún sigue proporcionando informes –como este precisamente sobre la guerra de Ucrania–, definió así la estrategia nuclear durante la década de los 50 y los sesenta, basado en modelos puramente racionales. Lo retrataría Stanley Kubrick en su célebre y alabada sátira Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (1964) –en España, ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú–, en la que Herman Kahn sirvió de inspiración para el Dr Strangelove.

De ese mismo laboratorio de teóricos y analistas salieron Ellsberg y Russo, quienes estuvieron también inmersos en los juegos de guerra para analizar el mundo bipolar del Telón de Acero. Sin embargo, su panorama cambió cuando en vez de estar en las salas de la sede Santa Mónica al lado del mar, acabaron en el mismo terreno del conflicto. Anthony Russo fue enviado a Vietnam del Sur como parte del equipo de interrogadores de RAND que debían estudiar la motivación y moral del Vietcong.

El Departamento de Defensa había contratado a la corporación a fin de comprender qué movía a la resistencia contra las tropas de EEUU y que a pesar de las torturas mostraban invariablemente que lejos de ningún ideal comunista se trataba de una simple cuestión de independencia frente a una potencia imperialista. Russo salió de Vietnam convencido del error de la guerra.

El Departamento de Defensa había contratado a la corporación a fin de comprender qué movía a la resistencia contra las tropas de EEUU

Ellsberg, por su parte, se ofreció en cambio para servir como civil en el Departamento de Estado también en Vietnam del Sur y lo que comprobó fue asimismo la inutilidad del conflicto en el que estaba inmerso EEUU y que se había definido por los objetivos de Robert MacNamara en los términos fríos y racionales propios de RAND como eran el Body Count o el Kill Ratio: ganaba la guerra quien matara más ¿cuántas pérdidas humanas podía aguantar el Vietcong ante de rendirse? Ellsberg, al igual que Russo, salió de su experiencia vietnamita convencido de hacer algo para acabar con la participación estadounidense. Al final, los ultrarracionales cerebritos de RAND se habían convertido en puros activistas anti guerra. Según lo explicaría en sus memorias:

“Durante dos años hice esto como un infiltrado, informando a altos funcionarios, asesorando a candidatos presidenciales y, finalmente, a principios de 1969, ayudando al asesor de seguridad nacional del presidente, Henry Kissinger, a descubrir incertidumbres y alternativas. Pero más tarde, ese mismo año, sentí la necesidad de ir más allá de este enfoque y, por lo tanto, poner fin a mi carrera como parte del gobierno”, señala Daniel Ellsberg en su libro.

Tras salir del Departamento de Estado recaló de nuevo en RAND –en donde había comenzado su carrera–, con el increíble encargo de participar en el proyecto para el Pentágono del análisis de los errores que se podían haber cometido precisamente en Vietnam.

Aún sabiendo que sería acusado de un grave delito federal germinó en su cabeza la idea de copiar y filtrar a la opinión pública los documentos que desacreditaran las acciones de la administración Johnson. Durante varias semanas Ellsberg, Russo y Lynda copiaron en la Xerox de la oficina de publicidad los miles de documentos del estudio de RAND para el Pentágono y en 1971, Ellsberg los filtró al New York Times y al Washington Post que los publicaron en medio de una gran tensión con la administración Nixon.

Nixon había alcanzado la presidencia con la dudosa promesa de poner fin a la Guerra de Vietnam. Para su pesar, los Papeles del Pentágono fueron la puntilla de una aventura que rechazaba ya la gran mayoria de la población. Entre lo más suculento de los papeles que reveló Ellsberg estaba el asunto del incidente Tonkín con el que se había dado de bruces en sus primeros días en el Pentágono en el lejano verano de 1964. El supuesto ataque se usó como casus belli para comenzar la escalada militar en el Sudeste Asiático.

Pero, ¿realmente tuvo lugar? Si el penúltimo mensaje de Herrick apuntaba a una gran ilusión en medio de la oscuridad el último trataba de poner algo de base: “Los detalles de la acción presentan un panorama confuso, aunque es seguro que la emboscada original fue genuina.” Herrick se refería a que al menos el primer torpedo sí se disparó, mientras que el resto habría sido una pura ilusión, pero lo cierto es que todas las pruebas apuntaron a lo contrario y años después el ejército de Vietnam del Norte negó tajantemente que hubiera existido ningún ataque.



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