La verdad incómoda: Gonzalo Guillén y medio siglo de periodismo contra las mafias

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El periodismo colombiano tiene pocas figuras tan emblemáticas y combativas como Gonzalo Guillén. A propósito de sus 50 años en el oficio, una conversación íntima y reveladora expone con crudeza las realidades históricas que ha presenciado desde la primera línea. Desde la irrupción del narcotráfico hasta la penetración del poder mafioso en las instituciones, Guillén repasa medio siglo de país con la lucidez del testigo y la valentía del cronista que no se dejó comprar ni silenciar.

Un país que se fue perdiendo

Gonzalo comenzó su carrera en 1975 en el periódico El Tiempo, en una Colombia que aún no aparecía en el radar del mundo. El periodismo nacional, dice, era más artesanal, menos comprometido con los poderes económicos, pero también más ingenuo. En ese entonces, la corrupción era “menor” simplemente porque había menos que robar. Hoy, advierte, la diferencia no es de ética, sino de escala.

Ya desde entonces, los indicios del narcotráfico eran visibles. Su primer viaje como reportero lo llevó a La Guajira, donde presenció la naciente industria de la marihuana como producto de exportación. Lo que parecía un fenómeno marginal terminó por convertirse en la gran transformación del país: “La verdadera revolución colombiana fue el narcotráfico”.

Narcotráfico: La máquina que devoró a Colombia

Con la llegada de la cocaína, el negocio se sofisticó y se volvió violento. Guillén fue testigo de cómo el Estado, la policía, los partidos políticos, la banca, los medios y hasta el arte sucumbieron ante el dinero de la droga. Desde la Guajira hasta el Congreso, el narcotráfico infiltró todo.

En uno de los momentos más impactantes de la entrevista, Guillén relata cómo Álvaro Uribe Vélez, con apenas 31 años, fue nombrado director de la Aeronáutica Civil tras el asesinato de su antecesor. “El cartel de Medellín despega con la firma de Uribe”, sentencia. Esta afirmación no es ligera: se respalda en documentos desclasificados de EE. UU. que relacionan al entonces presidente Turbay con Griselda Blanco y en testimonios sobre licencias aéreas concedidas al narcotráfico.

El periodismo: entre la dignidad y la cooptación

Guillén también repasa cómo el periodismo colombiano fue cooptado. Nombra a periodistas que informaban directamente a Pablo Escobar mientras el Estado preparaba su traslado de prisión, permitiéndole escapar. Sin embargo, recuerda también a los mártires del oficio: Guillermo Cano, Jaime Garzón, Diana Turbay, entre otros. Muchos murieron intentando contar lo que otros callaban.

Hoy, lamenta, los grandes medios están en manos del empresariado, financiados por los mismos grupos económicos que sostienen el statu quo. “Ya no hay diversidad informativa; todo está homogenizado por intereses empresariales. Y lo llaman democracia”, afirma.

Democracia, política y narcomodelo

El fenómeno de la elección popular —de alcaldes y gobernadores— que se creía un avance democrático, fue aprovechado por las mafias. “La mafia compra los votos, pone los candidatos, controla las mesas y los conteos”, dice. Según Guillén, en Colombia “gana siempre la mafia”, salvo excepciones limitadas de voto de opinión en ciudades como Bogotá, Medellín o Pasto.

Incluso los procesos de paz han sido saboteados por el poder narco. Desde el Caguán hasta el acuerdo de La Habana, los intentos de reconciliación fueron bloqueados por fuerzas vinculadas al narcotráfico, incluidas instituciones como la Fiscalía, que bajo fiscales como Martínez Neira, se dedicaron a montar casos y perseguir enemigos políticos.

Empresariado y narcolavado

En su visión más crítica, Guillén apunta al empresariado: “El narcotráfico necesita lavar el dinero, y toda empresa es susceptible de convertirse en vehículo de lavado”. Desde restaurantes hasta multinacionales como Chiquita Brands, ha habido colaboraciones con estructuras ilegales. Y aunque muchos empresarios son víctimas, otros son cómplices silenciosos por acción u omisión.

Incluso la cultura fue tomada por el narco. “La escultura, la arquitectura, la música, la moda… todo se volvió traqueto”, dice, recordando cómo una obra encargada por Escobar a Arenas Betancur terminó como ícono de su poder.

¿Hay esperanza?

Guillén no es optimista. Asegura que mientras exista prohibición de drogas, el narcotráfico será el amo del continente. Su receta es clara: regular la cocaína, como se hizo con el alcohol tras la Ley Seca. Legalización, regulación, tributación y control de calidad. De lo contrario, advierte, “seguiremos condenados a comprar un pan en una panadería que lava dinero”.

El caso colombiano, dice, es solo el primero. Ecuador, Perú, Argentina… todos están cayendo bajo la misma fórmula. La solución, insiste, no es más guerra, ni más helicópteros, ni más DEA, sino un cambio de paradigma.




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