En el verano de 2020, 43 mujeres escribieron un documento en el que relataron sus experiencias como sirvientas del Opus Dei, una organización católica que las reclutó cuando eran jóvenes y pobres para formarlas en una escuela de mucamas. Durante años, estas mujeres trabajaron sin salario, rezaron, se autoflagelaron y obedecieron ciegamente a sus superiores, mientras servían a hombres y mujeres en casas, colegios y centros de la obra. Algunas estuvieron 7 años, otras 26, pero todas coinciden en describir un sistema de explotación y adoctrinamiento que las sometió y las despojó de su dignidad.
El primer día de trabajo
Una de esas mujeres es Claudia Carrero, que ingresó al Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos (ICIED) en 1973, cuando tenía 12 años. Su padre la llevó desde Villa Ramallo, una ciudad pequeña entre Buenos Aires y Rosario, hasta una mansión rodeada de un paredón infranqueable en las afueras de la capital. Allí le esperaba un paraíso con árboles, flores y pajaritos, como en los cuentos de princesas. reseñó Paula Bistagnino en Revista Anfibia.
Una mujer elegante y simpática les enseñó las instalaciones: la habitación que compartiría con otras dos chicas, el planchero donde se alisaban sábanas y manteles con rodillos enormes, y la cocina gigantesca donde le tocó secar vasos con un repasador. Había que hacerlo rápido y bien: por dentro, por fuera, segunda pasada, al carrito. Y siguiente. El ritmo lo marcaba el lavavajillas, una máquina moderna e inmensa que le pareció extraña.
Del otro lado de la pared, cien hombres comían en un salón elegante. Claudia no los veía, pero los oía. Solo las doncellas podían pasar al otro lado: eran chicas más grandes que llevaban uniforme azul con puntillas blancas y servían los platos con precisión y silencio. El plato sucio por el lado derecho. El plato lleno por el lado izquierdo. El agua por el lado derecho. El vino por el lado izquierdo. Sin mirar a los ojos. Sin llamar la atención. Sin bambolear las caderas.
Claudia estaba nerviosa y atenta a todo. El pelo recogido en una cola de caballo, los ojos grandes por el miedo. El repasador en la mano derecha, un vaso en la mano izquierda. Primero por fuera, después por dentro. Segunda vuelta. Al carrito. Uno, dos, tres… De repente, el vaso se le resbaló y se hizo añicos en el suelo.
Todo se paralizó.
La mujer elegante se acercó a ella y le dijo con voz suave:
—Mi chulita, no se preocupe…
Y señalando una lista de precios en la pared:
—Usted lo va a pagar con su trabajo.
Claudia no supo cuánto tiempo le llevó pagar ese vaso. Tampoco cuántos vasos secó, cuántos baños limpió, cuántos platos cocinó o cuánta ropa planchó durante los veintidós años y seis meses que estuvo al servicio del Opus Dei.
La escuela de mucamas
El ICIED fue fundado en 1973 por las primeras mujeres del Opus Dei en Argentina, con el objetivo de “devolver a los trabajos domésticos su propia dignidad”, según escribió su primera directora, Ana María Sanguinetti, en un documento histórico publicado en 2019. Se trataba de “una de las labores apostólicas más modernas y dinámicas que se conocen en la zona”, según la misma fuente.
La escuela reclutaba a chicas jóvenes y pobres de zonas rurales o urbanas marginales, a las que ofrecía una formación integral en tareas domésticas y valores cristianos. Las chicas vivían internadas en casas o colegios del Opus Dei, donde trabajaban sin paga, sin vacaciones, sin seguridad social y sin contacto con sus familias. Además, debían cumplir con un estricto régimen de oración, mortificación y obediencia a sus directores espirituales.
Según el documento de las 42 mujeres, el ICIED era una fábrica de mucamas que las sometía a un sistema de explotación y adoctrinamiento. Las chicas eran tratadas como objetos, sin derechos ni voz propia. Sufrían maltratos físicos y psicológicos, humillaciones, amenazas y abusos. No podían estudiar ni elegir su futuro. Muchas de ellas desarrollaron enfermedades o trastornos mentales. Algunas intentaron escapar o suicidarse.
Claudia Carrero fue una de las que logró salir del Opus Dei en 1995, cuando tenía 34 años. Se instaló en Rosario, donde formó una familia y se dedicó a la costura. En 2020, se animó a contar su historia en un documento que tituló: “NO SE PREOCUPE, MI CHULITA. USTED LO VA A PAGAR CON SU TRABAJO”. Así, en mayúsculas, expresó su bronca por los casi diez mil días que perdió como sirvienta del Opus Dei.
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